Por Carlos Nava Condarco
La excelencia que toda persona con sana ambición desea para su desempeño en la vida, tiene un enemigo inveterado que la acecha y acosa desde tiempos remotos.
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Este enemigo de la calidad que debe acompañar las cosas que se hacen en la vida, es un concepto, una forma de pensar y de ser que se expresa en las siguientes palabras: “así no más”. Una frase que acompaña de cerca a casi todas las personas, en diferentes áreas y quehaceres de su vida. Un agente de la mediocridad que no es desconocido para nadie y se expresa cándidamente en las siguientes formas:
- Deja eso “así no más”.
- Está bien “así no más”.
- Mañana lo resolvemos, que quede “así no más”.
- “Así no más es suficiente”.
- Etc.
El término “así” es una calificación de estado. Y “no más” es una llamada a detenerse.
Le preguntaron a un ciudadano suizo que volvía a su patria después de haber vivido más de 30 años en un país latinoamericano sobre el recuerdo más interesante que se llevaba, y su respuesta fue: éste es un país “así no más”. Extendió el brazo e hizo el gesto con la palma de la mano que no va ni arriba ni abajo, ése gesto que define una zona gris, un hecho neutral: ni bueno ni malo, ni frío ni caliente… “así no más”. Y aclaró que era tan profusa la utilización de la frase y el gesto que los hacía distintivos, no solo curiosos.
No entendía el distinguido hombre la lógica que existía para acompañar con ésta frase tantas cosas de la vida cotidiana, y de hacerlo con naturalidad y soltura de cuerpo. Seguramente tampoco entendían los aficionados japoneses que asistían a los partidos del futbol de la copa mundial de Rusia el año 2018, por qué la gente abandonaba el estadio dejando “así no más” toda la basura que había generado. Y procedían los japoneses a limpiar lo que les correspondía, murmurando divertidos, que existía mucha gente curiosa en este mundo.
Porque curioso es, en el mejor de los casos, ése criterio de pensar que las cosas pueden hacerse “así no más”, es decir ni bien ni mal, ni mucho ni poco. Porque como diría el hombre de Suiza o los ciudadanos japoneses, las cosas “se hacen o no se hacen”. Pero cuando se decide hacerlas, se las hace bien. Ésta es la forma apropiada de pensar, ¿o no?
“Así no más” es la frase que mejor identifica la mediocridad, y es el agente semántico y conceptual que acecha a la excelencia en todo momento. “Así no más” es una lógica que representa comodidad, ausencia de esfuerzo y sacrificio. Un criterio peligroso pero sutil, porque se presenta en hechos casuales, en actos inocentes, con una frecuencia que solo puede atribuirse a lo natural, benigno e inocuo.
Habrá que dejar establecido desde éste momento que “así no más” no quiere decir malo, en absoluto. No alude a nada grotesco o reprensible.
¡Y esto es lo verdaderamente peligroso! Porque no es malo, pero tampoco bueno.
Al no ser ni lo uno ni lo otro carece de identidad, no puede reconocerse o clasificarse con facilidad. Y si carece de identidad queda ajeno a juicio, escapa a evaluación. Es como ése alumno al que no es sencillo otorgar calificación porque es tan bueno como malo, rinde bien y rinde mal, con una cadencia que dificulta la calificación.
Este es el drama asociado a la mediocridad, es un estado que carece de identidad.
No es una cosa o la otra, no es nada aprehensible. Pero es algo tremendamente cómodo, confortable y arrullador. Es muy fácil ser mediocre. Es difícil ser bueno. Tan difícil, que lo bueno ya debe asociarse a la excelencia, y el estado excepcional que esta última representa debe ser reservado a lo superlativo.
Cuando se vive en un medio “así no más”, hacer las cosas bien ya representa un compromiso con la excelencia.
Por algún motivo (que en el fondo proporciona esperanza), a la gente no le gusta que se le diga mediocre. Se resiste a ser catalogado como “malo” pero rechaza con pasión que se le diga mediocre, ¿por qué?
En realidad mediocres son todas las personas con referencia a algo, porque buenas no pueden ser en todo lo que hacen, y posiblemente malas tampoco. Pero la etiqueta de mediocre duele, vaya a saberse porqué.
En todo caso éste hecho constituye una esperanza, porque anima a pensar que las personas harán finalmente los esfuerzos para caer en la categoría de los “buenos”, y salir de ésa zona gris que tanto afecta la calidad de vida y la propia evolución. Porque tanto desde la condición positiva como de la negativa es posible evolucionar, pero de ésa zona gris y sin identidad, es difícil salir y hallar progreso.
El agente (no tan secreto) que persigue a la excelencia es la lógica de hacer las cosas “así no más”. Esta produce personas “así no más”, sociedades “así no más”, naciones “así no más”. Ni buenas ni malas, ¡mediocres!
Las cosas hay que hacerlas o no hacerlas, y cuando se ha tomado la decisión de lo primero hay que hacerlas bien. Es así de simple. En la evaluación de “lo bueno” se definirá luego la excelencia, pero eso ya es otra cosa.
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En la mayoría de las personas existe desde que son niños la idea (o el sueño, posiblemente), que el bien siempre concluye imponiéndose al mal. Eso permite tener algo de esperanza en lo que depara el porvenir. Y ésa esperanza no es semilla en tierra estéril, porque en realidad hay mucha probabilidad que lo bueno termine por imponerse a lo malo, en cualquier aspecto o situación de la vida.
Pero lo que no se toma en cuenta es que la mayor parte de los seres humanos no habitan ni se desenvuelven en una de ésas zonas, es decir no son ni buenos ni malos. La mayoría habita y actúa en la zona gris de la mediocridad. Y en esta situación el pronóstico se complica, porque nadie puede afirmar que el bien se impondrá sobre lo mediocre. ¡Eso ya no es tan sencillo!
El “buen juicio” y el sentido de lo apropiado respecto a la evaluación de las cosas, ha criticado mucho el maniqueísmo en el entendimiento de los fenómenos humanos. Nunca ha sido bien visto el afán de catalogar las cosas como buenas o malas: el bien y el mal. Siempre ha provocado temor la colisión de los polos que se oponen. Pero en ése afán se ha cometido una equivocación fatal, porque se ha formado un imperio en ésa zona neutral, ésa donde las cosas no son ni buenas ni malas, son “así no más”.
Y lo mediocre, por lo menos hasta ahora, va venciendo la batalla. El agente (no tan secreto) que persigue a la excelencia, ya ha conseguido que ésta quede en un horizonte lejano.
Por el momento la cosa no da para ser muy ambicioso. La excelencia sigue siendo una cosa de muy pocos. La esperan
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za principal radica en que el bien supere lo mediocre, en que las cosas se hagan bien y no “así no más”. Con solo ello podremos darnos por bien pagados.