Por Carlos Nava Condarco
Imagen ilustrativa / Pexels / Andrea Piacquadio
No solo es cierto que nada bueno crece en la “zona de confort”, también es verdad que los grandes logros solo se consiguen operando en la orilla opuesta: la “zona de incomodidad”. Éste es el campo donde se juega la liga más competitiva del quehacer personal y profesional.
La “zona de incomodidad” se encuentra en los límites del desenvolvimiento habitual de las personas, sea cual fuese la actividad que estén desempeñando. Allí se exhibe el potencial de cada quién, la madera de la que está hecho y el tamaño que puede alcanzar. Si se opera y trasciende en la “zona de incomodidad”, todo es evolución.
El progreso no consiste en construir “mejores condiciones” o más comodidad, en realidad es una consecuencia del trabajo en situaciones difíciles. Ningún acto de creación disruptiva o innovación ha sido fácil, basta conocer la historia de Charles Goodyear, los hermanos Wright, Alexander Fleming, Nicola Tesla, etc, etc, etc.
Y eso por citar casos mayores, porque es igual para todas las personas, independientemente del tamaño de sus logros. Quién no se sienta “incómodo” haciendo lo que hace, poco o nada alcanzará. De esto se trata finalmente la diferencia entre “trabajo” y descanso (si quieren tomarse los extremos). Uno representa incomodidad (de todas maneras), y el otro comodidad.
Ahora bien, es importante entender a qué hacen referencia las operaciones en “zonas de incomodidad”, porque no se trata tampoco de complicarse la vida.
La “incomodidad” está relacionada al trabajo en asuntos ajenos al “área de seguridad” en la que buscan desenvolverse todas las personas. La tan mentada “zona de confort” es en los hechos una “zona de seguridad”.
A esta conclusión conduce la naturaleza de la mente humana y la historia de su evolución. Todo se trata de seguridad, desde las ya lejanas cavernas hasta nuestros días. La premisa básica de los circuitos cerebrales es situar al ser humano en condiciones seguras.
Todo acto o intención que atente contra las condiciones que el cerebro vincula a seguridad, está sujeto a oposición y fricción.
El espectro de esas “condiciones seguras” puede ser muy amplio, no se trata de entenderlos como un deporte extremo. El cerebro triúnico del ser humano y su complejo reptiliano, trabaja cada instante condiciones de seguridad que pueden parecer irrelevantes o incluso absurdas. ¡Esa es su función!
Levantarse de la cama puede convertirse en un acto sujeto a fricción, no se diga hacer un mínimo de ejercicio o sostener una agenda disciplinada de trabajo. El cerebro primitivo puede entender muchos de estos actos como innecesarios e inseguros.
La “zona de confort”, por lo tanto, termina siendo un área grande de factores y eventos que el cerebro considera básicamente seguros.
De allí para afuera, todo terreno de conquista es pleno en recompensas. Mientras más lejos se opere de las zonas de seguridad, más importante es la promesa de victoria y éxito. O visto desde el otro lado de la moneda: mayores los logros mientras más incómodas las tareas.
Operar permanentemente en la “zona de incomodidad” no es sencillo. Aquí radica la clave para volver esto una efectiva ventaja competitiva. En realidad todas las personas, de una u otra forma y en algún momento, operan fuera de su “zona de confort”, porque en caso contrario sería muy difícil la supervivencia.
Lo importante es, sin embargo, ser a la vez efectivo y eficiente en estas tareas. Y eso se consigue incorporando el criterio de “incomodidad” en los objetivos de la vida y, por otra parte, respecto a las tareas cotidianas.
Esto es parecido al acercamiento científico de la definición de felicidad. Ésta se trata, dice, de que “estés feliz CON tu vida y EN tu vida”. Lo primero tiene que ver con objetivos y lo segundo con las tareas rutinarias.
Lo mismo aplica con el criterio de incomodidad. Para ser efectivo, los objetivos de vida (personal o profesional), deben estar fuera del área de confort o seguridad. Y para ser eficiente, las tareas de cada día (que precisamente conducirán al objetivo),deben tener la misma cualidad.
La persona que opera efectiva y eficientemente en sus “zonas de incomodidad” trabaja su potencial como lo hace un escultor con la piedra que dará forma a su obra de arte. Con cada golpe lo acerca a la consagración.
Esto fortalece el perfil competitivo de cualquiera, porque pocos enfocan su energía al trabajo permanente en “zonas de incomodidad” o de “menor seguridad”.
Y las comillas valen mucho en esto último, porque el criterio de inseguridad aquí planteado nada tiene que ver con peligros o riesgos insensatos. La “seguridad” no es un asunto de vida o muerte, es simplemente la aversión a lo desconocido y al esfuerzo que ello representa.
Ahora bien, la persona que decide orientar su vida a extraer los premios que ofrece la “zona de incomodidad”, debe estar consciente que enfrentará dura oposición. En primer lugar de él mismo. El cerebro desarrollará una fuerza gravitacional que atraerá toda acción hacia zonas de confort. Cada momento, durante toda la vida.
La única forma de vencer esta fuerza de manera eficiente es creando hábitos productivos que trabajen desde el inconsciente. Solo un conjunto de virtuosos hábitos permite fluir en la “zona de incomodidad”, porque si cada acto tuviera que ser conscientemente planificado, la tarea sería imposible. La consciencia en realidad debe ocuparse del planteamiento de los objetivos de vida.
Por lo tanto, quien hace de la “zona de incomodidad” el área de su desempeño, alcanza efectividad con el planteamiento consciente de sus objetivos de vida y eficiencia con el desarrollo de hábitos virtuosos para sus tareas cotidianas. En lo primero se juega la visión, inteligencia y el sentido de trascendencia, en lo segundo participa la fuerza de voluntad, disciplina, perseverancia, etc.
Sin los dos ingredientes no puede alcanzarse la victoria. Pesa tanto el sentido de visión como la fuerza de voluntad para operar exitosamente en la “zona de incomodidad”.
Establezca por lo tanto objetivos ambiciosos para su vida, en todo sentido. Sea atrevido. Desafíe al destino. Nada de esto comulga con la comodidad o la seguridad, pero estos conceptos son sólo construcciones humanas, y muchas veces planteadas inconscientemente.
Es preferible tratar con gente que bordea la fantasía en la previsión de sus propósitos, que con personas completamente ancladas “al suelo”.
Una vez que se haya planteado “objetivos incómodos” para su vida, opere congruentemente, y cada día, en su “zona de incomodidad”. Haga cada jornada alguna cosa que lo atemorice, algo que esté postergando injustificadamente, y en general, cualquier acto que encuentre tan pertinente como incómodo.
Si su cerebro expone 20 razones para que no se ponga las zapatillas y salga a correr de acuerdo a lo que tenía planificado, emita UNA SOLA ORDEN a su cuerpo, vístase y salga a correr. Esta es la forma de decirle a la mente quién está al mando de la “nave”. Si practica esta lógica todos los días, la “zona de incomodidad” se volverá más familiar que su barrio.
La mente necesita repetidos recordatorios que le indiquen quién está al mando, porque de lo contrario toma las riendas y conduce por donde quiere. Esto no es cómodo, obviamente.
Pero finalmente se trata de esto: operar en la incomodidad con tal solvencia y familiaridad, que lo incómodo se torne cómodo.
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