Carlos Nava Condarco
No hay persona en esta tierra que pueda ser genuinamente exitosa sin rendir culto al desapego. Todo aquel que fundamente su ánimo y actitud en términos de las circunstancias que le acontecen, no podrá conseguir lo que desea ni disfrutar de ello.
Cuenta una historia que alguna vez un rey reunió a sus súbditos más sabios y les pidió que le proporcionaran una frase a la que pudiera recurrir cuando se encontrara en los momentos más complejos y desesperados. Tenía que ser una frase muy corta, que cupiera perfectamente bajo el diamante del anillo que llevaba en el dedo.
Nadie en la corte supo vencer el desafío, a excepción de un viejo consejero que le dijo:
“Yo sé la frase que debes grabar en el anillo. Durante mi larga vida en Palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una oportunidad conocí a un maestro. Era un invitado de tu padre, y yo estuve a su servicio. Cuando nos dejó, yo lo acompañe hasta la puerta para despedirlo y como gesto de agradecimiento me dio este mensaje”.
Acto seguido le proporcionó una pequeña notita al rey para que la guardara en el anillo y solo la leyera en un momento de extrema desesperación.
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Desapego en el fracaso:
La ocasión llegó un tiempo después. El reino fue atacado por pueblos enemigos y el rey tuvo que huir precipitadamente de su castillo. En el momento más crítico de la huida, el monarca se vio acorralado entre las fuerzas enemigas y un barranco por el que podía caer. Entonces abrió el mensaje que guardaba debajo del diamante de su anillo y pudo leer: “esto también pasará…”
Su mente se silenció por completo ése momento. Y el ruido de cascos de los caballos que le perseguían se extinguió. Al parecer sus enemigos le habían perdido el rastro y vagaban confundidos. Poco después dieron por finalizados sus esfuerzos y se retiraron.
Despego en la victoria:
El rey se sintió muy agradecido con el viejo consejero que le había dado el mensaje. Y cuando se encontraba en medio de las celebraciones por la victoria sobre sus enemigos, se lo hizo saber: “viejo amigo, tu mensaje me llenó de calma y esperanza en el peor momento de mi vida. Quiero que me expreses, en este momento de felicidad, cualquier deseo que tengas para que te lo conceda”.
Y el viejo consejero le dijo: “vuelve ahora a leer el mensaje”. El rey respondió: “¿pero por qué debo leerlo en este momento de alegría?” Y el sabio le respondió: porque “esto también pasará…”
Ésa es la vida. Un poco de cal y otro tanto de arena. Hoy penas y mañana alegrías. Ahora victoria y luego derrota. Estas son las circunstancias que a todos acontecen. Y en tanto no se mantenga una actitud de desapego ante ellas, la existencia se convierte en un triste cuadro de altibajos y sobresaltos permanentes.
Quién vive en función de las externalidades, sean estas buenas o malas, no es dueño de su existencia. Es apenas una marioneta de los azares del destino.
Hoy está bien porque cosas buenas le suceden y mañana mal porque le pasa lo contrario. Ése es alguien apegado a personas o cosas. Al carácter del comportamiento de los demás o a la disponibilidad de elementos que considera indispensables para su vida.
El pensador estratégico entiende que solo puede aspirar a ser dueño de sí mismo. No tiene potestad sobre nada más. La voluntad de las otras personas no le pertenece, y las cosas son transitorias.
Así manifiesta su despego a las circunstancias. No se ata a ellas. Ni para bien ni para mal. Sabe perfectamente que éstas son caprichosas. Que el cambio es, finalmente, lo único que no cambia. Que la realidad es neutra y cada quién le imprime el matiz que desea.
Lo que puede entenderse como “bueno o malo” pasará igualmente. Todo es transitorio. La victoria es un episodio de la historia y la derrota otro. Ambos forman parte de un libro indivisible. El mismo final le espera al que se emborracha con los elixires del éxito y a quién se embriaga con las penas del fracaso.
A este tipo de actitud se le solía llama “mantener la cabeza fría”, pero la descripción queda corta. Puesto que también se debe tener templado el corazón. No solo los pensamientos deben estar sujetos al desapego de las circunstancias, también las emociones. Únicamente así todo lo que pase podrá entenderse que sucede para bien, ¿se entiende?
Esta es la clave del pensamiento estratégico. El arma más poderosa del Pingüino Amarillo. Entender que todos los acontecimientos le benefician. Lo que pueda interpretarse circunstancialmente como bueno y también lo malo.
No hay arma que pueda esgrimirse contra quién piensa y siente así.
La derrota puede estar siempre sujeta a interpretación, y por otra parte, el éxito puede ser más riesgoso que el fracaso. Tener un sano desapego de ambos es una poderosa arma competitiva.
¿Difícil?, pues fácil no es. Pero esto también es buena noticia para el pensador estratégico. Porque la dificultad siempre lo distingue. Las avenidas de lo sencillo son anchas y llenas de multitud, en cambio las sendas de la dificultad son estrechas y tienen poco tráfico. Por ellas se llega donde se quiere con menos oposición.
Posiblemente, para encarar esta dificultad ayude mucho remitirse a la historia de ése rey y su sabio consejero. Cuando se enfrenten circunstancias complejas recordar el célebre mensaje: “esto también pasará…” Igualmente cuando asome la victoria.
Esto se llama ecuanimidad. Un viejo fundamento de la sabiduría. Nada es eterno. Todo llega y pasa. La vida misma es así. El ser humano NO es lo que le acontece. Él ES antes y después de lo que le sucede.
Quién practica el desapego estratégico no se doblega ante las circunstancias ni se envanece. El éxito es para él un atributo, porque ha vencido la batalla para ser dueño de sí mismo.
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