Por Muy Interesante
Solemos llamar “fruta” a todo fruto carnoso comestible, como el melocotón o las uvas. También son frutas, en términos botánicos, el tomate, el pepino o el pimiento, aunque normalmente las clasificamos como “verdura”.
La estructura de un fruto carnoso se compone de varias capas. La más externa, que llamamos cáscara, es el epicarpo. Bajo él está el mesocarpo, habitualmente es la parte carnosa cargada de agua y azúcares, como la pulpa de la uva o del melocotón. A continuación hay una capa interna, el endocarpo, que puede tener un aspecto variable, dependiendo de si el fruto es una baya o una drupa.
Las bayas, como la uva o el tomate, suelen tener el endocarpo con un aspecto fibroso sujetando las semillas, normalmente muy numerosas. Por otro lado, en una drupa, como el melocotón o la oliva, el endocarpo es una especie de cáscara coriácea que recubre y protege a la semilla, generalmente solo es una.
Pero no todo lo que llamamos fruta cumple con estas características generales.
El hesperidio, el extraño fruto de los cítricos
Los cítricos como el limón, la naranja o la mandarina son una de esas excepciones. Su fruto, en botánica, se llama hesperidio, una especie de baya muy modificada. En él está la piel, de brillantes colores y llena de glándulas cargadas de aceites esenciales. Sin embargo, el mesocarpo, la capa intermedia, no es carnoso en absoluto; está reducido a una fina capa blanquecina, llamada albedo.
En los hesperidios, la parte carnosa se compone de una serie de pelos hinchados de jugo llamados tricomas, que penden del endocarpo, la capa interna del fruto, que es la membrana de cada gajo. Las semillas, que de forma natural son numerosas, como en las bayas, se encuentran ancladas al endocarpo, en el interior de los gajos.
La mayor parte de las naranjas y mandarinas que encontramos en la frutería, sin embargo, no tienen semillas. Es erróneamente asumido que esto se debe a su naturaleza híbrida. Es cierto que todos los cítricos que consumimos tienen un origen híbrido, sin embargo, mantienen la capacidad de formar semillas. El motivo por el cual no las tienen es que son frutos que han madurado sin ser polinizados. A los frutos que se desarrollan sin ser fecundados por granos de polen se les denomina partenocárpicos.
La nuez, hueso de un fruto carnoso
La nuez, un fruto carnoso de tipo drupa.
En el fruto del nogal se da una situación confusa respecto a la terminología botánica. “Nuez” en botánica es un tipo de fruto seco que no se abre de forma natural, también denominado núcula. Entre lo que consideramos “nueces” en términos botánicos encontramos frutos secos como la avellana o el hayuco —el fruto del haya—. Sin embargo, lo que coloquialmente llamamos nuez, el fruto del nogal, no es una nuez botánica.
De hecho, en botánica, ni siquiera es un fruto seco. Se trata del hueso de un fruto carnoso de un tipo llamado trima, una variedad de drupa. Aunque a diferencia de las drupas normales, como los melocotones o las olivas, el fruto es dehiscente, es decir, que el epicarpo y el mesocarpo —la parte, efectivamente, carnosa— se seca y se abre de forma natural, desprendiéndose. La cáscara que encontramos es el endocarpo, esa capa interna del fruto, coriácea y endurecida, que alberga la semilla, lo que nos comemos.
La granada, un fruto seco
Si la nuez es un fruto carnoso al que llamamos “fruto seco”, la granada es el caso opuesto. Desde el punto de vista de la botánica es un fruto seco de un tipo particular denominado balausta. En este caso, el epicarpo y el mesocarpo son coriáceos y forman la cáscara. El endocarpo, también fibroso, forma una estructura ramificada en el interior del fruto y sujeta las semillas. Si se observa con atención todas las capas del fruto son secas, ninguna es carnosa.
La parte jugosa de la granada no es el fruto en sí, sino las semillas que encierra en su interior, que presentan una capa, llamada sarcotesta, llena de agua y azúcares.
La frambuesa, la baya que no es una baya
Cuando hablamos de bayas pensamos en los típicos frutos del bosque, como arándanos, moras o frambuesas, y no en un tomate, una berenjena o un pimiento —que son auténticas bayas, en términos botánicos—. De las frutas del bosque son bayas los arándanos o las grosellas; frutos carnosos con varias semillas sujetas por un endocarpo filamentoso apenas perceptible. Sin embargo, ni la frambuesa ni la mora son auténticas bayas.
En ambos casos se trata de un fruto compuesto por múltiples subunidades, y cada una de ellas presenta una sola semilla cubierta por una cáscara endurecida. Si lo mirásemos con una lupa, cada una de las pequeñas esferas de una frambuesa tiene la misma estructura que un melocotón. Cada una es, por tanto, una drupa. Y la frambuesa o la mora son polidrupas.
La fresa, un tallo con frutos secos
De los tipos extraños de fruto, uno de los más asombrosos es el de la fresa. Al igual que la frambuesa, se trata de una estructura compuesta por múltiples subunidades con entidad propia, pero a diferencia de ellas, en este caso esas subunidades no son drupas; de hecho, ni siquiera son frutos carnosos. Son frutos secos, de un tipo que denominamos aquenio, el mismo tipo de fruto que presenta el anís o el cannabis. Esas “pepitas” que tiene la fresa en su superficie.
La parte carnosa de la fresa, grande, roja y sabrosa, no es, de hecho, parte de la flor, sino tejido vegetativo de la planta. Concretamente, se trata del receptáculo, la parte del tallo sobre la que se sostienen las piezas florales, que se ha vuelto carnoso al madurar, y que recibe el nombre de eterio. La fresa es, por lo tanto, un conjunto de frutos secos dispuestos sobre un tallo engrosado.
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