Por Muy Interesante
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Puede que dejar de ingerir alimentos suene a castigo, pero algunos especialistas afirman que el ayuno es un tratamiento de salud eficaz. Para confirmarlo, tendrías que reducir de forma radical las calorías que tomas. Eso sí, bajo la mirada de un doctor.
La ingestión de alimentos es fundamental para el correcto funcionamiento de todos y cada uno de los órganos del cuerpo. Esto nadie lo discute. Ahora bien, ¿comemos solamente por necesidad? Reconozcamos que no es así. La mayoría de las veces lo hacemos por muchos otros motivos que nada tienen que ver con la nutrición.
La ansiedad o el aburrimiento nos suelen empujar hacia la despensa en más ocasiones que el rugir de tripas. Del mismo modo, no dejamos de comer únicamente porque nos sintamos saciados: el ayuno está motivado por numerosas razones que van desde la religión que profesamos hasta asuntos relacionados con la salud física o emocional. Todo indica que nuestra sociedad dedica mucho más tiempo a hincar el diente de lo que necesita. Al menos así lo cree el doctor Karmelo Bizkarra, del Centro de Salud Vital Zuhaizpe, en Arizaleta (Navarra): “Esencialmente no comemos por hambre, ni para cubrir necesidades nutritivas, sino para combatir angustias, rabia no expresada, estrés, incomunicación, desamor, soledad o hastío”.
Tampocola nutricionista Tatiana Medina,del Hospital Ruber Internacional de Madrid, cree que en los países desarrollados el acto de comer obedezca solo al hambre fisiológico. “Las señales que muestran nuestra mala alimentación se refl ejan en los índices crecientes de sobrepeso y obesidad. Un buen ejemplo sería nuestro país, que poco a poco se está alejando de la dieta mediterránea y de un estilo de vida activo”, asegura. En la misma línea que el doctor Bizkarra, la experta opina que “muchas veces nos dejamos llevar por un apetito que obedece a estímulos sensoriales, como olores, presentación o sabores, o a compensaciones psicológicas nada tienen que ver con una necesidad real, y para ello solemos escoger alimentos poco saludables”.
Ambos especialistas aportan argumentos que explicarían por qué abrimos la nevera, pero ¿por qué la cerramos? María José Moreno, psicóloga de la Clínica Alimmenta de Barcelona, distingue dos razones principales que nos llevan al ayuno: “Una es religiosa, y la otra, más frecuente, perder peso para conseguir un cuerpo delgado”. La primera cada vez resulta menos habitual, excepto entre los musulmanes, pero la segunda se ha propagado como la pólvora. Tanto es así que las dietas y los kilos de más acaparan con frecuencia las charlas.
“A través de la delgadez se busca la aceptación de uno mismo y la del resto de la gente. Como se ha convertido en una preocupación generalizada, muchas personas son capaces de hacer algo tan drástico como dejar de comer”, apunta Moreno. El resultado de estos excesos en la mesa es una sociedad que adolece de muchos problemas de salud relacionados con la alimentación –en general, por un consumo abusivo, pero también por falta de un buen criterio nutricional–. Ante este panorama, la respuesta pasa por revisar la educación. En este sentido, el doctor Bizkarra apoya la idea de que “una verdadera ciencia de la salud debe actuar sobre la prevención de la enfermedad y favorecer el desarrollo de buenas prácticas, entre ellas, una dieta equilibrada”. Y apunta cómo el ayuno puede ser un paso importante en ese proceso de aprendizaje:
“Dejar de comer unas horas, saltarnos una comida, aligerarla a base de frutas, ensaladas, zumos o caldos de verduras nos ayuda a compensar el exceso de otros comestibles que tomamos, como fritos, embutidos, conservas o comidas preparadas, y que no favorecen la salud”.
Algunos especialistas no ven en dejar de probar bocado solo una vía para compensar la mala alimentación o la glotonería. El doctor Bizkarra va más allá y lo defiende como una de las mejores formas que tiene el organismo para eliminar las sustancias de desecho acumuladas durante meses o años: “Cuando dejamos de comer, la energía no consumida para digerir, absorber y asimilar los diferentes nutrientes, la utiliza el mecanismo de eliminación y regeneración del cuerpo. Por eso, el ayuno o las dietas de restricción calórica a base de caldos, zumos, frutas o ensaladas las denominamos periodos de descanso fisiológico”.
En esta línea, la doctora Olga Patricia Herrón, del centro Mi Ayuno, en Barcelona, también lo considera provechoso, ya que “propicia una especie de descanso de ciertos sistemas, especialmente el digestivo, de manera que la energía que no se necesita para asimilar los alimentos se emplea para desintoxicarse”.
Esta visión no resulta ni mucho menos unánime entre los expertos. Diego Moreno, especialista en nutrición y entrenamiento deportivo de la Universidad Europea de Madrid, se desmarca de esta postura afirmando que “una alimentación saludable, junto con una correcta hidratación, es suficiente para garantizar, en condiciones normales, el perfecto funcionamiento del organismo”. Sin embargo, también reconoce que el ayuno con objetivos depurativos se está extendiendo “con el fin de reducir el riesgo de trombosis y favorecer los procesos de cicatrización”.
La doctora Medina, por su parte, tampoco lo calificaría como un descanso fisiológico, puesto que “estamos obligando al cuerpo a hacer un esfuerzo de adaptación para mantener sus funciones vitales”. Más tajante todavía se muestra Lina Robles, dietista-nutricionista en el Hospital La Zarzuela de Madrid, quien no cree “que el ayuno absoluto y prolongado sea beneficioso de ningún modo”. Es más, sostiene que “puede ser el desencadenante de efectos perjudiciales en el organismo”.
¿A qué tipo de daños se refieren? En este asunto, los profesionales se mueven en las mismas coordenadas y señalan el periodo de inanición –fase en que el organismo ha agotado las reservas de grasas y comienza a consumir proteínas y otros componentes esenciales del cuerpo– como el momento en que el ayuno se convierte en una seria amenaza para la calidad de vida e incluso para su continuidad. “No suele ocurrir antes de las cuatro semanas desde el comienzo de la terapia”, asegura el doctor Bizkarra.
La naturaleza es sabia y el organismo va lanzando señales previas a esa situación que nos alertan de que deberíamos retomar la ingesta de forma inmediata. “Aparecen signos como hipoglucemia, bajada de la tensión arterial, adelgazamiento con pérdida muscular, edema generalizado, fallo renal o arritmia cardiaca”, apunta la doctora Medina. Estos síntomas surgen cuando ya se lleva tiempo sin ingerir alimentos y, por tanto, existe riesgo vital. Hay que tener en cuenta que el cuerpo no solo deja de recibir nutrientes, sino también otras sustancias, como los minerales –zinc, calcio, hierro, potasio, etc.–, imprescindibles para las funciones básicas: latido cardiaco, cicatrización de las heridas, regeneración ósea...
El seguimiento terapéutico resulta insustituible. “Cuando el ayuno está dirigido por un especialista de forma correcta, rara vez es necesario cortarlo”, explica el doctor Bizkarra. En cualquier caso, hay que tener presentes las señales de alerta. En los primeros días es frecuente sufrir dolor de cabeza, cansancio, irritabilidad, náuseas y dificultades para conciliar el sueño. “Estos síntomas deberían desaparecer al poco tiempo, y en el caso de que se agraven o persistan, tiene que detenerse el proceso inmediatamente”, apunta Diego Moreno.
Entre todos los efectos adversos que puede desencadenar la abstinencia alimentaria prolongada y sin control, un bajo nivel de azúcar en sangre constituye uno de los indicadores más claros de que se debe renunciar al tratamiento. El doctor Bizkarra también insta a detenerlo “si la persona le coge miedo al ayuno, cuando vomita mucho y de forma continuada, o si cuenta con antecedentes de problemas respiratorios o tiene dificultad para respirar”. Por otro lado, apunta que hay que valorar constantes claves: “Si el pulso se sitúa por encima de 100 o 120 latidos por minuto, aparecen mareos frecuentes y persistentes, el sujeto presenta una debilidad extrema y se registra un descenso repentino de la presión sanguínea acompañado de un pulso rápido, débil e irregular”.
Hasta aquí hemos conocido las secuelas del ayuno cuando se practica de forma prolongada durante varias semanas. Ahora la cuestión es averiguar si, además de estas consecuencias, puede desencadenar algún beneficio para la salud y si, según la medicina, representa una terapia aconsejable en determinadas circunstancias.
En opinión del doctor Bizkarra, constituye un tratamiento definitivamente útil para “salir con más facilidad y rapidez de ciertas enfermedades agudas, como catarros, anginas, bronquitis, diarreas, vómitos o trastornos gastrointestinales”. Y añade: “En general, es favorable para la mayoría de las dolencias, pues no es el ayuno el que cura, sino que es el cuerpo el que se recupera cuando dejamos de comer. Resulta muy eficaz en dolencias crónicas de carácter reumático o respiratorio, en los trastornos digestivos, los problemas de tiroides y las enfermedades del sistema urinario y el cardiocirculatorio. Incluso resulta de gran ayuda cuando se combina con la quimioterapia, como ha demostrado recientemente el científico Valter Longo”.
Este investigador de la Universidad de Carolina del Sur (EE. UU.) ha demostrado en un ensayo con roedores, cuyos resultados ha publicado en la revista Cell Stem Cell, que los ciclos de ayuno prolongado no solo protegen del daño que el tratamiento contra el cáncer produce en el sistema inmunológico, sino que induce su regeneración. Actúa como un interruptor en las células madre: logra que abandonen su inactividad y se renueven. La quimioterapia salva vidas, pero también presenta unos daños colaterales que, en opinión de los científicos, podrían verse mitigados en parte con la abstinencia alimentaria.
Para la doctora Herrón, el aspecto más importante de esta práctica no es tanto su potencial para restablecer el equilibrio de la salud como “su capacidad para prevenir las enfermedades, en tanto que favorece la eliminación de toxinas y la regeneración del organismo”. Por su parte, el doctor Moreno, aunque cree que “su aplicación podría ser beneficiosa en pacientes con trastornos metabólicos, como obesidad y diabetes, e incluso en ciertas alteraciones cardiacas”, insiste en que este tipo de terapias solo pueden hacerse bajo supervisión médica. Además, antepone al ayuno “la adquisición de hábitos nutricionales saludables junto con una práctica regular de ejercicio físico, dado que son las armas más poderosas de las que disponemos para mejorar nuestra salud. De hecho, únicamente en casos excepcionales pensaría en recomendar un ayuno intermitente”.
Más allá de las diferentes posturas de los especialistas, hay un dato significativo: el interés que despierta entre los investigadores. El estudio de los beneficios de esta práctica se ha convertido en una de las apuestas del Departamento de Salud y Servicios Sociales de los Estados Unidos, la institución mundial pública –y también entre las privadas– que más dinero dedica a investigación. El ejemplo ha cundido en la comunidad científica de otros países. La doctora Medina alude a un trabajo que se está realizando en el Instituto Madrileño de Estudios Avanzados en Alimentación (IMDEA) para evaluar los efectos de un ayuno de corta duración –36 horas– sobre los mecanismos celulares que pueden proteger de la toxicidad de la quimioterapia.
Asimismo, la doctora Herrón hace referencia a la cantidad de artículos que destacan los numerosos usos terapéuticos que puede tener. Así, el American Journal of Clinical Nutrition señalaba el papel del ayuno intermitente en la prevención de enfermedades crónicas, y la revista New Scientist se centraba en un aspecto poco conocido: cómo podría usarse para incrementar la fertilidad femenina. En la misma línea, el doctor Bizkarra apunta el estudio llevado a cabo por la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington, en EE. UU., sobre su efecto en la prevención de la aterosclerosis, aunque dice hallar su mayor respaldo en los resultados contemplados a lo largo de sus 36 años de experiencia con el ayuno.
Mario Vargas Llosa es otro de los convencidos del valor terapéutico de esta práctica. La sigue con frecuencia y asegura que, entre otras cosas, le proporciona gran energía. Transcurridos los dos primeros días sin comer, el escritor destaca que no siente nada de hambre y que al organismo le invade una formidable disposición a hacer cosas. Quién sabe si la próxima novela del nobel se la podremos atribuir a la singular fuerza inspiradora del ayuno.
El signo más evidente del ayuno es la pérdida de peso, pero dejar de comer no solo afecta al cuerpo, también lo hace, y mucho, a la mente. María José Moreno, psicóloga en la Clínica Alimmenta de Barcelona, explica que “la persona que comienza una dieta se siente más irritable y su estado de ánimo es más bajo. Además, a largo plazo, esta actitud se acentúa y da lugar a un aislamiento, ya que suelen evitarse actos sociales en los que está presente la comida”.
Presionadas por el objetivo de mantener la abstinencia para perder peso, en algunas personas “aflora el sentimiento de culpa cuando se lo saltan”, añade Moreno. Aparte de la incidencia en la esfera emocional, la experta menciona “el deterioro de todas las funciones cognitivas, como la capacidad de atención, la memoria y el aprendizaje, que aparecen poco tiempo después de haber iniciado la abstinencia y que afectan a la actividad laboral, los estudios o las tareas cotidianas”.
Estos signos deben ser tenidos en cuenta a cualquier edad, pero, sobre todo, si quien ha dejado de comer es adolescente. Según advierte la psicóloga, en determinadas personalidades un episodio de ayuno aumenta “la posibilidad de desarrollar trastornos como la anorexia o la bulimia”.
Los primeros síntomas al dejar de comer –hipoglucemia leve, dolor de cabeza, náuseas o cansancio– son normales salvo que “el organismo no consiga usar fuentes alternativas de energía a los alimentos o no recibamos asistencia médica”, explica Tatiana Medina, nutricionista del Hospital Ruber Internacional de Madrid. Privado de la comida, el cuerpo utiliza las grasas como combustible, pero esto “produce un exceso de ácidos en el cuerpo que riñones y pulmones tratan de compensar aumentando su trabajo. Al mismo tiempo, el corazón se ve afectado y la pérdida de su masa muscular hace que vaya perdiendo fuerza para bombear la sangre”, añade la especialista. El resto de órganos también tiene que adaptarse a esta situación inédita, y si el ayuno se prolonga semanas, las secuelas se suceden. La doctora Medina detalla tres claves: “El cerebro pierde funciones vitales a partir de la tercera semana; del aparato digestivo desaparecen las vellosidades intestinales que ayudan a absorber los alimentos; y el sistema inmune se debilita y nos deja expuestos a las infecciones”.
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